jueves, 12 de septiembre de 2013

La descomposición de los Estados




(Nota: a lo largo de todo este artículo me referiré a Catalunya como Cataluña, al ser ésta la grafía castellana para esa región, autonomía, nacionalidad o nación, según gusten Vds. considerar - del mismo modo que escribo Inglaterra o Francia, no England o France. Eso no es óbice para que la denominación oficial sea Catalunya, como corresponde en el idioma original).
 
Queridos lectores,

Ayer tuvo lugar un evento de gran trascendencia local. Una cadena humana recorrió los 400 kilómetros que separan la frontera norte de Cataluña, en los Pirineos, de la frontera más meridional y oriental, en las Tierras del Ebro. El objetivo de esa gigantesca fila humana era pedir la independencia de Cataluña. Desde hace más de 30 años Cataluña ha regulado sus relaciones con España por medio de un estatuto de autonomía, pero desde hace un tiempo se ve que el estatuto queda corto para cubrir las aspiraciones catalanas, máxime en los tiempos de estrechez que corren. Y los catalanes ahora reclaman más de lo que el Estado español y su Constitución pueden permitir.

En los 400 kilómetros de cadena había, por lógica, al menos 400.000 personas (una por metro), aunque a juzgar por lo que vi personalmente al pasear a lo largo del tramo que pasaba por mi ciudad y por las imágenes que he visto de diversas ciudades del recorrido (especialmente Barcelona) la cantidad de asistentes fue muy superior, al menos del doble, aunque seguramente no llegase a la cifra dada por el Departament d'Interior de la Generalitat de Catalunya (1.600.000 personas, lo cual sería impresionante en este proto-país con 7 millones de habitantes). Poco importa cuánta gente se dice que asistió; el caso es que es obvio que el movimiento independentista en Cataluña ha cogido mucha fuerza y que puede ser ya incluso mayoritario (una encuesta reciente encargada por el diario El País así lo mostraba). Mi experiencia del día a día, de tanto ir de aquí para allá por Cataluña, me indica lo mismo: que existe ya una gran masa social que desea, o cree desear, la independencia de Cataluña.

Cómo se ha llegado a este punto no es un misterio para los que vivimos aquí. La razón más importante por la cual se ha pasado de una minoría de independentistas a una posible mayoría es la crisis. Una crisis que es económica, sí, pero también de valores. Mientras los ciudadanos de a pie sufren para mantener sus negocios o conservar su trabajo, y muchas veces no lo consiguen, las noticias de cada día nos cuentan de nuevos y cada vez más graves casos de corrupción que afectan a las más altas magistraturas del Estado, desde los Gobiernos Autonómicos hasta el propio Gobierno del Estado e incluso afectan a la Casa Real. Tener que malvivir con un puñado de euros al mes, a veces mantenido por la propia familia, y al tiempo escuchar la retahíla de millones que se han malgastado en fastos absurdos o que simplemente se ha embolsado el aprovechado de turno, lleva a una rabia comprensible y difícil de parar. Los efectos de esta crisis económica y moral azotan una buena parte de Europa y a toda España, y seguramente con más fuerza que en Cataluña en otras autonomías españolas, pero en Cataluña ha habido un elemento aglutinante, ilusionante: un discurso que ofrece una explicación simplista de lo que pasa y una vía de acción positiva para cambiar las cosas.

El discurso que está triunfando en Cataluña es simple, como decimos: España nos roba; la Cataluña productiva mantiene la España subsidiada; y demás lindezas por el estilo. Para que se hagan una idea de a qué me refiero, les enlazo aquí un vídeo que se ha hecho popular en Cataluña y que glosa estos desequilibrios con la intención de demostrar que Cataluña está siendo expoliada por España. Los agravios que se describen en el vídeo son algunos reales, otros imaginarios, y en otros se utilizan cifras o comparaciones manipuladas para dar la imagen que se busca.

Cataluña es una de las regiones ricas de España y los fallos estructurales que tiene, fruto de la desidia a veces del Gobierno central, a veces de la Generalitat de Catalunya, son percibidos como agravios insoportables. En ese contexto, resulta muy fácil motivar a la gente buscando una vía de salida, la vía positiva: salgamos de España; gestionemos nuestro propio dinero; seríamos ricos si no tuviéramos que soportar el peso muerto de una España que nos ningunea; y otros slogans similares. La actitud de los sucesivos Gobiernos españoles no ha ayudado tampoco a desmontar esa imagen de gobernadores absolutos y chulescos que roban y humillan cuanto quieren, ya que a veces por cálculo electoral ha resultado rentable mantener una actitud beligerante contra Cataluña o su gobierno; y desde la Generalitat con frecuencia se ha recurrido al victimismo para mejorar las expectativas electorales del partido en el poder autonómico.

La agitación catalana contra "la España que nos roba" ha ido creciendo a lo largo de los últimos meses, partiendo de un poso histórico con décadas de recorrido pero que sólo se ha convertido en mainstream gracias a la crisis. En las televisiones y los diarios se han sucedido debates y columnas en los que reputados economistas analizaban la estructura económica de una Cataluña antes y después de la independencia, en algunos casos encontrando que el saldo sería positivo y en otros negativo. Para mi hay tres aspectos curiosos de esos debates, cada vez más frecuentes. En primer lugar, la disparidad de cifras ofrecidas: delante de un tema de tanto calado, lo lógico es que se creara un cierto consenso de bases para analizar fríamente la situación; pero nadie tiene ningún interés en sentar las bases claramente, probablemente porque las posiciones de unos y otros tienen más de ideológico que de lógico y se suele poner el acento en cuestiones políticas (por ejemplo, ¿sería admitida Cataluña en la Unión Europea a pesar de la previsible oposición de España?). En segundo lugar, no deja de ser curioso que todo el discurso se centre en la existencia o no de beneficios económicos con la independencia. Para alguien que se siente catalán por encima de español lo lógico es que se apelase más a sus sentimientos de pertenencia a una comunidad y de extrañeza respecto a la otra; sin embargo, esa ligazón sentimental no parece ser un buen leit motiv para la creciente masa de nuevos independentistas. El motivo que realmente moviliza es el económico, y con gran pragmatismo los sectores nacionalistas tradicionales y algunos nuevos actores se han dirigido hacia aquí. Y en tercer y último lugar, todos los análisis de viabilidad económica de Cataluña parten del supuesto del mantenimiento del BAU, de que el crecimiento económico en Cataluña y en el mundo volverán en un momento determinado, cuando en realidad sabemos que eso no es posible. En suma, que tanto los que argumentan a favor de la continuidad de Cataluña en España como los que lo hacen en contra aludiendo a razones económicas están, consciente o inconscientemente, engañando a la gente.


El proceso independentista en Cataluña es simplemente uno más de los procesos de descomposición de los Estados occidentales fruto de su inviabilidad económica. En medio del marasmo e inoperancia creciente de los Estados, a medida que se consuma la fase 3 del colapso y los Estados se sumen primero en la ineficacia y después en su desaparición, nuevas estructuras de menor tamaño emergen para intentar cubrir este vacío de poder. Lo que hoy pasa en España con Cataluña acabará pasando en los próximos años en el Reino Unido con Escocia, en Francia con Bretaña o en Alemania con Baviera, por poner sólo tres ejemplos de tres regiones en Europa; pero el problema tiene una escala global y así numerosísimos países de América, Asia y África sufren derivas centrífugas de ciertas regiones que, con el tiempo, les pueden llevar a su secesión.

¿Va a solucionar la independencia de Cataluña los problemas de Cataluña? Solamente si Cataluña comprende lo que realmente hay en juego, sólo si se comprende que el crecimiento económico no va a volver, sólo si se acepta que la deuda no se puede pagar y por tanto ni se intenta pagar. Intentar reproducir los errores del pasado pero a menor escala geográfica sólo acelera el camino hacia el colapso. Emprender un proyecto nuevo que supere el BAU, definir un nuevo modelo productivo no basado en el crecimiento económico, sentar las bases de una nueva sociedad de ciudadanos y no de consumidores, ése es el único camino hacia una independencia real.

Salu2,
AMT

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